Una sonrisa

Léela escuchando: "Jóhann Jóhannsson - A Game of Croquet"

La luz se va apagando, solo se escuchan los billetes rozarse. Uno a uno se van raspando mientras los dedos de unas uñas los van contando.
Es el recuento del día, el cierre de caja. Ella acostada en la cama me mira con sus ojos de cachorro, siento impotencia. Estamos en su casa, que más que un hogar es una celda… un “ataúd” como ella le llama; la estufa que le sirve de cabecera a la cama, la mesa sirve de librero y el refrigerador también es tendedero.
Estoy junto a ella, no en la silla que confundo con el closet, sino en la cama que también es la mesa de trabajo.
La veo más de cerca, le noto la falta de brillo en los ojos. La pena y el dolor. Pero no es su culpa, vive aquí porque el destino es una mierda. Porque a los doce su papá le pegaba, y cuando no le pegaba, la presumía como joyería con los amigos del bar.
No cree en el amor, en la posibilidad de encontrarlo. No cree que alguien pueda enamorarse de una “mujer de la noche”. Está harta de que la traten de salvar, porque ella no necesita a nadie.
Ella baila por la noche y por el día sirve café. Estudia cuando desayuna y lee antes de dormir.
Por las noches platicamos en silencio, ella pone su cabeza sobre mi cuerpo blanco y blando, se duerme. Se levanta a media noche y me gira para sentir mi lado más frío. Me usa para callar sus gritos, y secar sus lágrimas. Entierra su cabeza en mí y llora por horas. Me da tristeza.
Me mira con los ojos hinchados, me dice que nunca se está tan solo como para aceptar que se duerme abrazando una almohada. Me aprieta. Me cuenta sus secretos, veo sus sueños; y yo, yo solo trato de que al día siguiente se levante con una sonrisa… que nunca llega.